martes, 10 de noviembre de 2015

El conde y la magia

Hace un poco más de un año la luminosa magia ascendió al cielo en forma de espiral para jamás volver.  Cayo la oscuridad en terror nocturno y la lluvia caía frágil y triste.  Susurraba a muerte la zona, ya que había caído el mayor de los que fueron grandes, tras la serie de infortunados eventos, el sueño colapso inevitablemente, y no hubo lugar tan profundo que se comparará a la profundidad de su tristeza, no hubo lugar para detener la hemorragia de lágrimas que nacían en el corazón y morían en lo seco de las cenizas que quedaban.

Oh magia, luz de vida, sustento de fuerza, incipiente motivación.  Hace un año las flores perdieron su aroma, la felicidad se evaporo y el destino dejo de sonreír.  La vida en sí misma dejo de ser vida y dio paso a una muerte incompleta, a una muerte deseada en completud y tan mediocre que no pudo dar por terminado el trabajo.

Así reflexionaba el Conde, que había perdido todas las esperanzas, como el brujo que pierde la magia y el atleta que quedo amputado; parecía que la gloria nunca volvería a las manos de aquel Conde. Esta historia es de un Conde que perdió todo y tras buscar no encontró nada de lo que deseaba, pero encontró lo que necesitaba.

Hace unos siglos, un Conde condecorado como jefe del ejército real del rey, había emprendido tres frentes de batalla, la búsqueda de tierras era importante para ese entonces, existían otros reinos que competían por conseguir ciertas tierras añoradas por ser fértiles y muy apropiadas para la agricultura.

En el primero de los frentes, la lucha era frontal contra un ejército de personas con fuerza terrible pero sin capacidad estratégica y tampoco juicio ni capacidad para aprovechar las tierras, en el segundo frente la batalla se daba contra un ejército de mercenarios comerciantes con los cuales se buscaban acuerdos, sin embargo, en las últimas semanas, las negociaciones se habían convertido en encarnizadas luchas debido a los deseos de los mercenarios.  Por último, el frente que marcaría la historia del conde, el tercer frente, donde existía una lucha contra un ejército especializado en la lucha en montañas heladas, las condiciones eran muy duras para los soldados del ejército del conde, porque los soldados no estaban acostumbrados a la lucha en montaña.

Como era de esperarse, en el primer frente los soldados enemigos eran muy torpes, sin embargo su gran fuerza debilitaba las tropas del conde.  En el tercer frente en cambio, el ejército enemigo protegía una fortaleza envejecida con el paso del tiempo, y en los pisos superiores no existía más que la fachada de una construcción vieja y obsoleta, sin embargo mientras el conde hacía una inspección por el lugar, encontró algo con lo que sus ojos soñaron de esa noche en adelante, una doncella.
Eran tal vez las condiciones del clima, o la luz del sol, pero se veía en aquella muchacha un espíritu trascendental que tocada cada hueso del conde y más allá hasta darle un beso en el alma.

Volvía la noche y los soldados regresaban para preparar la estrategia. 

En el primer frente de batalla, el conde preparaba una ofensiva discreta y efectiva, un ataque sorpresa que duraría cinco horas, en el segundo frente, el conde no pensaba ceder, sus palabras fueron:


"Lucharemos mientras tengamos fuerza, la victoria definitiva está muy cerca"



En el tercer frente el Conde decidió ir con su ejército y luchar con todas sus fuerzas, tomo sus espada y lucho, lucho con todo, y mientras luchaba lloraba por alcanzar aquella fortaleza, en aquella batalla, el conde perdió casi todos sus hombres, sin embargo, a pesar de todas las inclemencias del frio, el conde llego frente a la fortaleza, en el momento justo para entrar y rescatar a su amada.

De repente una flecha atravesó su tórax, para dejar abierta una espesa y profunda herida.  Al momento de voltear con esfuerzo, logro divisar un hermoso cabello castaño y unos ojos que enloquecerían a cualquiera.  ¡Era la doncella de la que aquel conde se había enamorado!, en ese preciso momento la doncella escapó del lugar y el conde abatido callo frente a un grupo de soldados heridos, quienes con su voluntad llevaron al conde al primer frente de batalla.

¡¿Por qué no llevarlo a casa?!  El hogar estaba lejano y la derrota en el primer frente era inminente, las directrices debían ser dadas por el conde en persona.  Sin embargo, al llegar al lugar, una escena terrible, los soldados del conde habían sido masacrados por las fuerzas inhumanas del enemigo y ellos mismos venían directamente hacia el minúsculo grupo de soldados que acompañaban al conde, ese ejército enemigo era numeroso, así como las estrellas en el cielo nocturno o como las partículas de arena en el desierto, la muerte era inminente.

El conde que era valiente tomo su caballo sin importar la terrible flecha incrustada en su pecho, tomo su espada y lucho, peleo contra el ejército enemigo como nunca, lucho mientras los cortes de las lanzas enemigas rosaban su piel y la separaban de su cuerpo; la batalla ciertamente no duro mucho, pero para el conde las horas se convirtieron en años y el tiempo se detuvo como roca inamovible.

Y llego ese momento; los cortes en la piel eran evidentes, las lanzas enemigas habían atravesado sus piernas y su caballo se había convertido en comida para perros, sin embargo, el dolor que lo hacía agonizar era aquella flecha que corrió como feroz tigre a incrustarse en su tórax, el conde lo había perdido todo, pero recordó que aún quedaba algo, ¡Los mercenarios!; el conde se arrastró, camino y volvió a arrastrarse para darse cuenta que en el segundo frente los mercenarios habían huido.

Ahora el conde podía esperar gustoso su muerte; el regalo preciado de la paz, tras la humillación de la derrota.  La noche se acercaba, y el conde se daba por vencido.  Algunos lobos se acercaron, lo olieron y se alejaron, el conde se sentía como ser en descomposición, como porquería inorgánica, rechazado por la misma naturaleza y por toda la gloria y magia que un día lo había rodeado en un aura magnánima, también llegaron buitres y huyeron, llegaron animales de todo tipo y todos huían, ¡la muerte no llegaba! y así pasaron dos días.


Al tercer día, sin saber si era de día o de noche, el conde reflexionaba de su desgracia, entre tanta reflexión, vio en lo más espeso y oscuro de las cámaras de su mente un deseo tan fuerte y reluciente como el oro, eso, no era más magia, parecía tan sagrado y tan carnal.  El conde se puso de pie, tomo su espada y corto la flecha, luego huyo a casa.  En su camino de cuatro meses, encontró tierras nuevas deshabitadas y se encontró con un amigo inseparable, con el que compartió los secretos de sus desventuras y con el que compartió su sueño sagrado.  Durante ese tiempo se conoció y se amó a sí mismo en su desgracia y en su soledad.



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