Hace un poco más de un año la luminosa magia ascendió al cielo en
forma de espiral para jamás volver. Cayo la oscuridad en terror nocturno
y la lluvia caía frágil y triste. Susurraba a muerte la zona, ya que
había caído el mayor de los que fueron grandes, tras la serie de infortunados
eventos, el sueño colapso inevitablemente, y no hubo lugar tan profundo que se
comparará a la profundidad de su tristeza, no hubo lugar para detener la
hemorragia de lágrimas que nacían en el corazón y morían en lo seco de las
cenizas que quedaban.
Oh magia, luz de vida, sustento de fuerza, incipiente motivación.
Hace un año las flores perdieron su aroma, la felicidad se evaporo y el
destino dejo de sonreír. La vida en sí misma dejo de ser vida y dio paso
a una muerte incompleta, a una muerte deseada en completud y tan mediocre que
no pudo dar por terminado el trabajo.
Así reflexionaba el Conde, que había perdido todas las esperanzas,
como el brujo que pierde la magia y el atleta que quedo amputado; parecía que
la gloria nunca volvería a las manos de aquel Conde. Esta historia es de un
Conde que perdió todo y tras buscar no encontró nada de lo que deseaba, pero
encontró lo que necesitaba.
Hace unos siglos, un Conde condecorado como jefe del ejército real
del rey, había emprendido tres frentes de batalla, la búsqueda de tierras era
importante para ese entonces, existían otros reinos que competían por conseguir
ciertas tierras añoradas por ser fértiles y muy apropiadas para la agricultura.
En el primero de los frentes, la lucha era frontal contra un ejército
de personas con fuerza terrible pero sin capacidad estratégica y tampoco juicio
ni capacidad para aprovechar las tierras, en el segundo frente la batalla se
daba contra un ejército de mercenarios comerciantes con los cuales se buscaban
acuerdos, sin embargo, en las últimas semanas, las negociaciones se habían
convertido en encarnizadas luchas debido a los deseos de los mercenarios.
Por último, el frente que marcaría la historia del conde, el tercer
frente, donde existía una lucha contra un ejército especializado en la lucha en
montañas heladas, las condiciones eran muy duras para los soldados del ejército
del conde, porque los soldados no estaban acostumbrados a la lucha en montaña.
Como era de esperarse, en el primer frente los soldados enemigos
eran muy torpes, sin embargo su gran fuerza debilitaba las tropas del conde.
En el tercer frente en cambio, el ejército enemigo protegía una fortaleza
envejecida con el paso del tiempo, y en los pisos superiores no existía más que
la fachada de una construcción vieja y obsoleta, sin embargo mientras el conde
hacía una inspección por el lugar, encontró algo con lo que sus ojos soñaron de
esa noche en adelante, una doncella.
Eran tal vez las condiciones del clima, o la luz del sol, pero se
veía en aquella muchacha un espíritu trascendental que tocada cada hueso del
conde y más allá hasta darle un beso en el alma.
Volvía la noche y los soldados regresaban para preparar la
estrategia.
En el primer frente de batalla, el conde preparaba una ofensiva
discreta y efectiva, un ataque sorpresa que duraría cinco horas, en el segundo
frente, el conde no pensaba ceder, sus palabras fueron:
"Lucharemos mientras tengamos fuerza, la victoria
definitiva está muy cerca"
En el tercer frente el Conde decidió ir con su ejército y luchar
con todas sus fuerzas, tomo sus espada y lucho, lucho con todo, y mientras
luchaba lloraba por alcanzar aquella fortaleza, en aquella batalla, el conde
perdió casi todos sus hombres, sin embargo, a pesar de todas las inclemencias
del frio, el conde llego frente a la fortaleza, en el momento justo para entrar
y rescatar a su amada.
De repente una
flecha atravesó su tórax, para dejar abierta una espesa y profunda herida.
Al momento de voltear con esfuerzo, logro divisar un hermoso cabello
castaño y unos ojos que enloquecerían a cualquiera. ¡Era la doncella de
la que aquel conde se había enamorado!, en ese preciso momento la doncella escapó
del lugar y el conde abatido callo frente a un grupo de soldados heridos,
quienes con su voluntad llevaron al conde al primer frente de batalla.
¡¿Por qué no
llevarlo a casa?! El hogar estaba lejano y la derrota en el primer frente
era inminente, las directrices debían ser dadas por el conde en persona.
Sin embargo, al llegar al lugar, una escena terrible, los soldados del
conde habían sido masacrados por las fuerzas inhumanas del enemigo y ellos
mismos venían directamente hacia el minúsculo grupo de soldados que acompañaban
al conde, ese ejército enemigo era numeroso, así como las estrellas en el cielo
nocturno o como las partículas de arena en el desierto, la muerte era
inminente.
El conde que era
valiente tomo su caballo sin importar la terrible flecha incrustada en su
pecho, tomo su espada y lucho, peleo contra el ejército enemigo como nunca,
lucho mientras los cortes de las lanzas enemigas rosaban su piel y la separaban
de su cuerpo; la batalla ciertamente no duro mucho, pero para el conde las
horas se convirtieron en años y el tiempo se detuvo como roca inamovible.
Y llego ese
momento; los cortes en la piel eran evidentes, las lanzas enemigas habían
atravesado sus piernas y su caballo se había convertido en comida para perros,
sin embargo, el dolor que lo hacía agonizar era aquella flecha que corrió como
feroz tigre a incrustarse en su tórax, el conde lo había perdido todo, pero
recordó que aún quedaba algo, ¡Los mercenarios!; el conde se arrastró, camino y
volvió a arrastrarse para darse cuenta que en el segundo frente los mercenarios
habían huido.
Ahora el conde
podía esperar gustoso su muerte; el regalo preciado de la paz, tras la
humillación de la derrota. La noche se acercaba, y el conde se daba por
vencido. Algunos lobos se acercaron, lo olieron y se alejaron, el conde
se sentía como ser en descomposición, como porquería inorgánica, rechazado por
la misma naturaleza y por toda la gloria y magia que un día lo había rodeado en
un aura magnánima, también llegaron buitres y huyeron, llegaron animales de
todo tipo y todos huían, ¡la muerte no llegaba! y así pasaron dos días.
Al tercer día, sin
saber si era de día o de noche, el conde reflexionaba de su desgracia, entre
tanta reflexión, vio en lo más espeso y oscuro de las cámaras de su mente un
deseo tan fuerte y reluciente como el oro, eso, no era más magia, parecía tan
sagrado y tan carnal. El conde se puso de pie, tomo su espada y corto la
flecha, luego huyo a casa. En su camino de cuatro meses, encontró tierras
nuevas deshabitadas y se encontró con un amigo inseparable, con el que
compartió los secretos de sus desventuras y con el que compartió su sueño
sagrado. Durante ese tiempo se conoció y se amó a sí mismo en su
desgracia y en su soledad.

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