Por momentos me es difícil hablar en general, o tratar de establecer algo que pueda aplicar en la mayoría de situaciones o sujetos, por eso, en esta ocasión solo me arriesgare a hablar por mi mismo, haciendo una cita y vinculándolo a lo que es el complejo andamio de mi existencia y de mi filosofía de vida.
"También nuestro lobo estepario cree firmemente llevar dentro de su pecho dos almas (lobo y hombre), y por ello se siente ya fuertemente oprimido. Y es que, claro, el pecho, el cuerpo no es nunca más que uno; pero las almas que viven dentro no son dos, ni cinco, sino innumerables; el hombre es una cebolla de cien telas, un tejido compuesto de muchos hilos." (Hesse, 1985)
Y así me pensé a mi mismo, primero como una simple dualidad de caracteres, ya sea por una simple cuestión esotérica absurda o porque en realidad sentía tener dos personalidades, como una dicótoma o un juego de papeles.
Sin embargo, las opciones con el tiempo, así como mis formas de ver al mundo, se ampliaron, mis sentidos percibían a cada momento y en todo lugar, y así también mi razón aceptaba todo aquello que me era útil y más que útil, coherente.
Por otro lado, estaban mis emociones y mi propia identidad, que se iba formando de poco en poco a través de personas del diario vivir, aquellos que se inmortalizan en el recuerdo, como grandes amigos, como apasionados y entrañables amores o como enemigos mortales, cada uno, se consumía en el foso acalorado de las llamas de mi alma, fundiéndose en mis experiencias y formando mi ser, cambiándome y complejizandome. Pero los personajes del diario vivir solo eran una parte mi propio ser se conformaba de seres que no pertenecían a mi diario vivir, seres que no conocía o simplemente seres que no tenía vida, sea porque estaban muertos o porque nunca existieron.
¿Como era esto posible?, tal vez, la respuesta tenga que ver con ese momento de inmortalidad, que queda grabado, tanto en mi memoria, como en la de muchos, así como el escritor inmortal que vuelve a ser recordado por su biografía, pero no solo eso, también a los inmortales que son creados por el autor o la autora que tienen un reflejo de la personalidad del creador, sin embargo, tienen autonomía para vivir destinos distintos a los de su creador. Así también, tal vez, aquellos seres ficticios que son inmortalizados en la memoria de muchos, y que su vida es dada por la voces de personas reales, esos personajes que a pesar de ser ficticios, tanto en su ser como en su hacer, nos brindan una lección de ética, esos que se inmortalizan en su discurso, tal como lo hacen los que trascienden el oído y el cerebro, para tocar el corazón. Puedo enumerar también esos héroes del día a día, que nadie los escucha, nadie los observa y mucho menos son admirados; sin embargo, convencidos de hacer lo correcto lo hacen, o aquellas historias de vida, que se inmortalizan paradojicamente algunas veces por el hacer de un mártir o por el sufrimiento de un soñador. Tales seres humanos, deseo que sean parte inmortal de la compleja personalidad que me hace ser quien soy. Por lo tanto, si es cierto que en esencia soy algo, ciertamente no soy uno, mucho menos dos. Me he alimentado de tantas personalidades como he podido y en ciertos momentos, he logrado discutir con algunas de esas personalidades sin lograr consensos, discutiendo durante horas, días, meses, en las cámaras más profundas de mi ser.
Hesse, H. (1985). El lobo estepario. México:
Editores Mexicanos Unidos.



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